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El lenguaje del covid: ¡Ojo!
Artículo de Tomás de Vega Santos, Médico internista. Las palabras pueden generar ideas, y en algunas ocasiones, ideas incorrectas, potencialmente muy peligrosas
Estamos asistiendo al uso indiscriminado por parte de determinados líderes sociales y políticos de una retórica belicista como herramienta para comunicar a la ciudadanía la gravedad extrema de la situación que vivimos y la importancia de seguir fielmente las recomendaciones de las autoridades. Quiero creer que esto se justifica por el loable objetivo de hacernos partícipes de la trascendencia de la implicación mayoritaria, de elevar la moral de la sociedad en estos momentos tan críticos y no solo con la de cercenar derechos y libertades individuales en otras circunstancias inalienables. Así, términos y expresiones como «enemigo», «trinchera», «batalla», «primera línea», «frente», «victoria», «munición», «invasión», «héroes», «armas», «guerra»…, se han adueñado de nuestro vocabulario y lo que es peor, o al menos muy arriesgado, pueden haberse infiltrado subrepticiamente en nuestro subconsciente. No olvidemos que en la guerra la primera víctima es la verdad, ya sea por acción o por omisión.
Voces mucho más sabias que la mía han advertido del riesgo de este lenguaje marcial. Es evidente que la pandemia del covid-19 o cualquier otra no son guerras, aunque sí sean tragedias con muchos muertos. Utilizamos cotidianamente estas expresiones como analogías, asumiendo imprecisiones y peligros. Como puso de manifiesto Roger Caillois, «la lógica de la guerra tiende por su propia naturaleza a radicalizarse, a deslizarse por una pendiente hacia posiciones cada vez más extremas»; pues bien, con el discurso de la guerra sucede exactamente lo mismo. Este lenguaje tremendista genera agresividad, inflamación social, lleva a identificar como chivos expiatorios a personas o grupos que cooperan con el avance del enemigo («los jóvenes», «los veraneantes »,« los extranjeros »,« los chinos »,« los temporeros »,« lossúper contagiado res »). Invito a reflexionar sobre lo ocurrido desde el inicio de esta pesadilla y evitar repetir errores que hayamos podido cometer en esos instantes de convulsión.
Ahora estamos viviendo una «pandemia de baja intensidad», pero con riesgo de generalización inminente, de que se puedan llegar a repetir cifras y escenas que nos asolaron hace tan solo cinco meses. En Cantabria el impacto de la epidemia ha sido muy inferior al sufrido en otras zonas. Hemos sido capaces de hacer frente a esta terrible amenaza con solvencia, si bien se han quedado en el camino demasiadas personas con nombre y apellidos publicados en recuadros negros. Cuando los sanitarios acudíamos cada mañana a nuestro trabajo o prolongábamos las duras jornadas, los turnos, las guardias, lo hacíamos con imágenes grabadas en nuestra retina que habíamos visto en televisión de lo que estaba sucediendo en Madrid, Barcelona o en otros lugares donde la situación era realmente dramática, nada que ver con la que nosotros estábamos viviendo. Y resonaban en nuestros oídos los mensajes que habíamos escuchado o leído: «enemigo», «batalla», «guerra», «caídos»… Y en esta tesitura teníamos que hacer frente a la atención a personas que ingresaban enfermas…, pero que en pocas horas se ponían muy graves y sobre las que había que tomar decisiones muy, muy trascendentes, en muchos casos con ausencia de los medios adecuados y siempre con las limitaciones que implica un sistema sanitario público, universal y gratuito (¡bendito sistema!).
Los médicos estamos acostumbrados a gestionar nuestras emociones en estas situaciones delicadas, a tomar decisiones sensatas, buscando siempre lo mejor para nuestro paciente, su familia y para toda la colectividad. Sabemos que hay enfermos que por sus circunstancias no se van a beneficiar de un ingreso en UCI, de un soporte vital mal entendido que puede llegar a transformarse en un auténtico encarnizamiento terapéutico, prolongando una agonía estéril. Eso, en el día a día, lo tenemos perfectamente resuelto gracias a nuestra experiencia, nuestra formación en Bioética y al asesoramiento de los expertos. Pero tampoco nosotros estábamos preparados para esta situación excepcional.
Hemos leído muchos protocolos, estudiado muchos artículos científicos, compartido experiencias en videoconferencias con nuestros colegas de aquí y de allá, pero cuando teníamos que tomar las decisiones difíciles, las muy complicadas, de las que dependía el futuro de nuestros enfermos, lo hacíamos con el run-run de «la guerra», «el combate», «la avalancha», «las armas», etc., que sonaban incesantes en nuestras mentes. Y eso, lamentablemente, ha podido condicionar que en alguna ocasión no hayamos optado por las mejores decisiones, las que hubiéramos tomado en otras circunstancias más reposadas. Nunca olvidaré el adiós a determinados enfermos, amigos, que se fueron… Quiero hacer un humilde llamamiento a los responsables políticos y sociales, a sus asesores de comunicación, a los medios, a la sociedad en general para que seamos muy cautelosos al expresarnos y no utilizar alegremente el lenguaje bélico de moda, porque los lingüistas conocen bien que las palabras no sonso loexteriorizac iones de conceptos, sino que existe el camino inverso: las palabras pueden generar ideas, y en algunas ocasiones, ideas incorrectas, potencialmente muy peligrosas. Y a mis compañeros, bravo por todos: ¡mucho ánimo y que los árboles no nos impidan ver el bosque!