Noticias
Decálogo del médico insatisfecho o 10 razones para entender el hastío
Articulo del doctor Javier Crespo. Jefe de Servicio de Digestivo del Hospital Universitario Valdecilla y presidente de la Comisión Nacional de Digestivo
La reciente pandemia en la que todavía estamos inmersos ha mostrado de forma simultánea, la resiliencia de nuestro sistema de salud y sus profesionales y su fragilidad. Y el estrés al que el COVID19 ha sometido al sistema, ha reverdecido algunos problemas, cuyo origen se pierde en el tiempo, como el cortoplacismo, la ausencia de una visión global de nuestro sistema de salud y, especialmente, una inadecuada relación de las administraciones sanitarias, nacional y autonómicas, de todo signo político, con sus profesionales, que explican, al menos parcialmente, la situación de hastío en la que nos encontramos hoy.
Una vocación inequívoca de servicio al enfermo guía nuestro trabajo, sentimos el cariño y el apoyo de nuestros pacientes, de nuestra sociedad, queremos seguir dando lo mejor de nosotros, estamos dispuestos a seguir trabajando durante jornadas de trabajo con frecuencia agotadoras, asumimos nuestra responsabilidad. Pero necesitamos, con urgencia, un cambio en las relaciones laborales y asistenciales con los diferentes sistemas de salud de España. A través del siguiente decálogo pretendo describir algunas de las claves para entender el complejo entramado que nos ha llevado a esta situación.
1.- La repetición constante de mantras que no son ciertos es la primera clave para entender la situación actual; voy a citar tres. El primero, tenemos la mejor sanidad del mundo. Disfrutamos de una buena sanidad, universal y gratuita, que con una inversión en salud más baja que la mayor parte de los países de nuestro entorno, logra excelentes resultados; eficiencia que se debe a la escasa retribución de sus profesionales. Pero no tenemos la mejor sanidad del mundo, como múltiples problemas estructurales nos demuestran todos los días: listas de espera interminables, pérdidas de oportunidad de salud, inequidades territoriales, colapsos de las urgencias, etc. El segundo mantra, “faltan médicos” tampoco responde a la realidad. España tiene cerca de 4 médicos por cada 1.000 habitantes, por encima de la media europea y forma un número adecuado de médicos; de hecho, es el segundo país del mundo en número de facultades de medicina en función de su población. No hay pocos médicos, lo que hay son cada vez menos médicos que quieran incorporarse a nuestro sistema de salud. Y el último mantra, el deseo de impedir la fuga de talento, evitar la salida de nuestros profesionales fuera de nuestras fronteras. Una frase continuamente repetida por nuestros gestores sanitarios y totalmente vacía de contenido, dado que no se toma ni una sola medida eficaz para contener esta hemorragia.
2.- El reconocimiento del mérito y del esfuerzo es clave para cimentar cualquier relación de un profesional con su empresa. En nuestras “empresas”, los sistemas autonómicos de salud, la práctica ausencia de reconocimiento del mérito es la norma. Una carrera profesional digna de ese nombre debiera evaluar, de forma periódica, no solo las competencias sino los resultados tanto asistenciales como docentes y de investigación e innovación. En lugar de este tipo de carrera, tenemos un modelo basado en la antigüedad de nuestro carné de identidad, en el que los méritos objetivos evaluables prácticamente no puntúan. En realidad, la endogamia y la fecha de nacimiento son los factores clave en la “selección y promoción” de profesionales, por encima de los sacrosantos criterios de igualdad, mérito, capacidad y transparencia. Esta inadecuada política de selección de personal, sumada a la ausencia de una carrera profesional motivadora provoca en los profesionales una sensación de abandono y desamparo profesional, favoreciendo la aparición de un profundo desgaste profesional (burnout), probablemente una de las razones más importantes del hartazgo. La mínima participación de los médicos en los órganos de gobierno de los sistemas de salud, de los hospitales o de los centros de salud no mejora esta percepción.
3.- Vocación y explotación, un binomio intolerable. Con frecuencia, nuestras administraciones han mantenido relaciones tóxicas con sus profesionales aprovechándose de nuestra vocación. Y nosotros, hemos admitido relaciones laborales cercanas a la explotación debido a un sentimiento, equivocado en mi opinión, de obligación relacionada con la vocación. Pero nuestros médicos más jóvenes nos están demostrando que el maltrato laboral ya no es obligatorio. Hay vida, hay trabajo, más allá de nuestras fronteras. Europa acoge a nuestros profesionales con los brazos abiertos y excelentes retribuciones. De hecho, en los últimos ocho años se han solicitado más de 20.000 certificados de idoneidad para trabajar en el extranjero.
4.- La relación médico paciente necesita tiempo. La medicina del futuro será diferente de la actual, probablemente mejor. El paciente, que siempre fue el centro de nuestros actos, será cada día más, protagonista de su cuidado. El análisis de las grandes bases de datos nos permitirá obtener respuestas a preguntas que hoy no las tienen, nos permitirá personalizar la atención, aumentado la eficiencia de nuestras intervenciones y disminuyendo los efectos secundarios, dispondremos de nuevas tecnologías…pero, sin duda, un hecho consustancial a nuestra profesión no debiera cambiar en exceso: la relación médico paciente. Una relación basada en el respeto y en la autonomía, en la empatía y en la corresponsabilidad, que precisa un paciente responsable y un médico con tiempo para ejercerla. Una relación que será de baja calidad con unos médicos agotados, hastiados e insatisfechos no con su profesión, sino con su trabajo y unos pacientes irascibles por la falta de trato presencial y retraso en la atención
5.- La inadecuada gestión del tiempo es otro factor clave. Unas agendas, especialmente en la atención primaria pero también cada vez más en la hospitalaria, saturadas, como consecuencia de una demanda que crece de forma desbocada, pero también ocasionada por una mala gestión del tiempo. El médico debe hacer de médico todo el tiempo y no dedicar una parte, en ocasiones muy importante, a labores administrativas o de otro tipo. Labores dignas, sin duda, pero para las que el médico no es competente y resulta totalmente ineficiente. No debemos olvidar que la satisfacción que produce el trabajo bien hecho es una de las mayores motivaciones del médico y una dedicación de un tiempo insuficiente a sus pacientes ocasiona estrés continuo, además de mermar, obviamente, la calidad asistencial.
6.- El tortuoso acceso a la innovación, la dificultad para compatibilizar asistencia e investigación clínica, la práctica ausencia de reconocimiento de la investigación realizada y, en ocasiones, el entorpecimiento de la misma, hacen que la práctica de una medicina de alta calidad sea una heroicidad para la mayor parte de nuestros profesionales. Y como nos enseñó el Profesor Juan Rodés, es incompatible la práctica de una medicina de calidad sin algún tipo de investigación clínica asociada.
7.- Las inadecuadas expectativas de un amplio segmento de la ciudadanía respecto a las posibilidades reales de la medicina explican otra parte de nuestra insatisfacción. Una sociedad mal informada acerca de la potencialidad de la medicina y con baja tendencia a la frustración, recurre con una frecuencia inusitada a los servicios de salud, haciéndose cada vez más dependiente de la actividad sanitaria, ocasionando una demanda excesiva y muchas veces injustificada y siendo, sin duda, un factor esencial en la sobrecarga asistencial que padece el sistema. El ciudadano debe considerarse como el centro y el dueño del sistema, pero debe entender que esta propiedad debe ir acompañada, de forma inherente e irreversible de la corresponsabilidad en la toma de decisiones, de la necesidad de evitar la medicalización de la vida diaria y del reconocimiento y aceptación de las indudables limitaciones que la medicina tiene.
8.- Ausencia de un registro nacional de médicos. A pesar de las múltiples peticiones de un registro de profesionales sanitarios, éste nunca se ha realizado, lo que impide una planificación con una mínima evidencia científica de las necesidades actuales o futuras de personal médico, ejemplo de una inexistente gestión de los recursos humanos. De hecho, esta ausencia de gestión es de tal grado que ha provocado situaciones inauditas, como la jubilación forzada de profesionales altamente capacitados hasta el comienzo de la epidemia que se ha seguido, en el lapso de meses, de una necesidad acuciante de profesionales. Con una mínima planificación, se hubiera evitado la expulsión del sistema de un buen número de profesionales (con sensación de patada en el trasero en muchos casos), expertos y altamente capacitados, deseosos de seguir trabajando, que hoy el sistema echa de menos.
9.- Ausencia de un proyecto real de reforma de nuestros sistemas de salud. Algunos aspectos políticos como la ausencia de un verdadero proyecto de sistema salud a largo plazo. Desde hace décadas, se han buscado y planteado diferentes modelos teóricos que aumentan la autonomía de los profesionales y flexibilizan el marco de actuación, pero ningún proyecto se ha ensayado de verdad. Da la impresión de que, en la mayoría de los sistemas de salud de nuestro país, se cumple de forma escrupulosa la teoría del “Iceberg de la ignorancia de Sídney Yoshida”; mientras la inmensa mayoría de los profesionales conoce los graves problemas del sistema, pero algunos directivos del sistema parecen conocer alguno de estos innumerables problemas. Y esta sensación de desconocimiento, se repite con cada cambio de directivos, que suele coincidir, no por azar, con cada periodo electoral, debido a, con mucha frecuencia, una gestión poco o nada profesionalizada y politizada en muchas ocasiones. Y, sin duda, es inaceptable que la sanidad sea un campo de batalla político; necesitamos un pacto de todos los partidos, de la ciudadanía, por la sanidad, por una sanidad de calidad. No es problema del partido gobernante hoy, o de una comunidad autónoma determinada; es un problema político que trasciende a la situación actual y que deviene, al menos, desde la restauración de la democracia en nuestro país.
10.- Pésimas condiciones laborales. Por último, es evidente que las condiciones laborales juegan un papel importante en el hartazgo de muchos profesionales médicos. Un sueldo bajo para nuestra responsabilidad, que hace que muchos profesionales, para obtener unos ingresos razonables, tengan jornadas de trabajo de hasta 70 horas semanales incluyendo guardias de 24 horas, atención continuada, peonadas y otras múltiples fórmulas cercanas a la explotación como la conversión de los médicos de familia en sujetos itinerantes de por vida en función de las necesidades (nunca previsibles) del sistema, Y, aunque pueda parecer incluso esotérico, estas prolongaciones de jornada, obligatorias en el caso de las guardias hasta los 55 años, no computan como horas extraordinarias ni generan derechos para la jubilación. Al hecho, genérico y transversal del malestar por las pésimas condiciones laborales se suman: una más que notable inequidad entre autonomías que se traduce en diferentes oportunidades para médicos y pacientes en función del lugar de residencia, un trato personal, casi siempre mejorable y muchas veces deleznable; y la jubilación obligatoria antes mencionada. La precariedad laboral, con médicos que son interinos desde hace 10, 15 y hasta 20 años, incumplido la legislación laboral, es otro condicionante negativo de unas condiciones laborales difícilmente aceptables. Condiciones que seguramente no imposibilitan la conciliación entre la profesión médica y la vida personal, pero la dificultan de forma extraordinaria.
Artículo publicado en La Razón, el miércoles, 16 de noviembre de 2022